Un día de boda

Las fotografías que dan pie a esta historia las hizo Patrick Forman el día de la boda de su hermano Denis en 1948. Patrick era un fotógrafo entusiasta y, al morir en 2014, dejó un archivo de imágenes que su viuda, Sarah Forman, me invitó a ver por si me inspiraran a escribir una historia a partir de ellas. Con la ayuda de Sarah y algunas investigaciones propias, he tratado de evocar esos tiempos y reconstruir la historia de ese día y de los dos contrayentes, Denis y Helen.

Las fotografías de Patrick nos permiten asomarnos a un tiempo y un lugar desaparecidos, la posguerra en Gran Bretaña, un tiempo a la vez de triunfo y de gran angustia nacional. Aunque muestran momentos privados, tienen un interés público, pues presentan la intersección entre la Historia con “H” mayúscula y la historia con hache minúscula, la de aquellos que son personajes secundarios en el gran teatro del mundo.

Son documentos de un evento privado que hubiera pasado desapercibido al resto de la humanidad de no haber estado ahí Patrick con su cámara y su manera de mirar. Sus imágenes son especiales porque comprenden el poder que tiene la fotografía para detener el flujo del tiempo, congelando la vida en un punto específico, el “momento decisivo”, como lo describió el famoso fotógrafo francés Henri Cartier Bresson.

Lo que tenemos aquí es una situación ordinaria, una boda, desglosada en una serie de esos momentos cuya “decisión” no proviene de su importancia como puntos culminantes de una narrativa o incluso de una elección consciente de Patrick, sino del hecho mismo de haber sido así atrapados. Parece como si hubieran sido tomados al azar, pero Patrick sabía muy bien lo que estaba haciendo y el efecto que quería lograr. Esa conciencia artística hace que las imágenes sean interesantes. Son documentos que destacan y preservan un momento en el fluir de la vida, el fluir del tiempo. Lo que tenemos en ellas es un evento habitual en cualquier familia: una boda, pero también un momento único e irrepetible. La vida es así, a la vez siempre igual y diferente cada vez.

Los Forman eran ricos, una condición que puede plantear objeciones a mi descripción de ellos como representantes de “cualquier familia”, pero todos somos a la vez ordinarios y extraordinarios a nuestra propia manera. Bien podemos decir quizás que los Forman eran una familia adinerada inglesa igual que otras semejantes en ese año de 1948.

Dejaré deliberadamente para más adelante lo que ahora sé sobre los antecedentes de la familia y sobre Helen y Denis.  Por el momento, comenzaré la historia simplemente analizando las imágenes que nos han llegado, mirándolas de cerca y dejándolas hablar por sí mismas. Nuestro trabajo, el mío y el tuyo, lector, será el de un detective en busca de pistas para reconstruir un evento, ese día de boda de 1948, y ver hasta dónde podemos llegar en la recreación del contexto social, emocional, político y económico en el que tuvo lugar tan solo leyendo los signos que nos envían las fotos que tomó Patrick.

Lo primero que destaca es la seguridad que muestra la pareja y lo atractivos que son ambos. Es evidente que son personas a las que se les ha inculcado una gran autoestima desde bien niños. Aunque de buena calidad, su ropa no es llamativa para los estándares de hoy en ese tipo de evento. La serenidad que desprenden es producto de lo que solía llamarse “buena crianza”, como en las novelas de Jane Austen. Denis y Helen son el epítome de la finura y los buenos modales, algo que no se puede improvisar, pues es el resultado de generaciones.

Se les nota cómodos en su propia piel y a gusto en el mundo. No hay ni un solo signo de incomodidad en su lenguaje corporal. Son conscientes de que los ojos de los invitados están puestos en ellos, así como la cámara de Patrick, pero mantienen una perfecta naturalidad. Para quien tuvo una buena crianza, saberse observado nunca produce incomodidad.

En ningún momento juegan el papel de pareja romántica de cuento de hadas que hoy se espera de cualquier “feliz pareja” el día de su boda. La ceremonia de matrimonio de Helen y Denis es en gran medida producto de las austeridades que la guerra había impuesto a la nación. Algunos años más tarde, ya en la década de los cincuenta, habrá un intento de vuelta atrás hacia el viejo encanto del mundo aristocrático y sus viejas certezas de clase. Christian Dior en Francia difundirá su “New Look”, un correlato en el mundo de la indumentaria de esa nostalgia y esa llamada al orden que pretendía restaurar las jerarquías sociales despiadadamente aniquiladas por los cinco largos años de conflicto. Pero, como el intento anglo-francés de recuperar su poder colonial en Suez, iba a resultar fallido. Los tiempos habían cambiado y se respiraba un ambiente más igualitario e informal.

La guerra había terminado tres años antes, pero sus rigores estaban aún muy presentes. La victoria no había traído mucho júbilo a Gran Bretaña más allá del primer estallido después de la rendición alemana en mayo de 1945. La India se había independizado en 1947 y con su pérdida, todo un mundo se había desvanecido. Britannia ya no gobernaba las olas y el poderoso Imperio se iría perdiendo poco a poco en los próximos veinte años, dejando solo una nostalgia melancólica por los viejos tiempos.

Europa había sufrido un gran golpe y el otrora orgulloso continente también había sido rebajado y cortado a su justa medida. Solo el advenimiento de la CEE, los orígenes de la actual UE, ofrecería más tarde a los europeos alguna esperanza de mantener un papel significativo en el concierto de las naciones que resultó de la guerra, donde los Estados Unidos y la Unión Soviética habían ocupado su lugar.

Helen y Denis proyectan un aire de absoluta aceptación de ese nuevo orden. Su boda fue claramente un evento a escala reducida: tan solo un puñado de familiares y amigos escogidos. Brillan por su ausencia la pompa y el boato habitual hoy en día en esas ocasiones. No hay una gran entrada en la iglesia, recorriendo el pasillo central al ritmo de la marcha nupcial. De hecho, no hay ningún servicio religioso, a pesar de que el padre de Denis era un reverendo ministro de la Iglesia Unitaria Escocesa. En cambio, vemos que la pareja recibe una lluvia de confeti al salir de un edificio de aspecto modesto, la oficina de registro civil.

Hay un aire contemporáneo que proviene en parte del estilo fotográfico de Patrick, quien tomó las fotos cámara en mano, posiblemente con una de las pequeñas Leicas que habían revolucionado el fotoperiodismo en los años previos a la guerra, permitiendo un estilo más naturalista. No hay poses formales. A Patrick le gustaba capturar la vida en toda su espontaneidad.

Pero esa modernidad también viene dada por la actitud relajada de los novios, que presentan un aire desenfadado más acorde con la época contemporánea. Denis y Helen se casaron a su gusto, sin concesiones a la tradición y abrazando por completo la mayor informalidad social producto de la guerra. Helen lleva un sencillo vestido de flores y un modesto sombrero de paja, huyendo de cualquier extravagancia. Nada más lejos de su deseo que el edulcorado estilo “reina por un día” de otras novias. Más tarde, se cambió a un traje chaqueta que recuerda los uniformes que usaban las mujeres durante la guerra. La propia futura reina Isabel es un ejemplo de ello. Fue la primera mujer miembro de la Familia Real Británica que estuvo en servicio activo en las Fuerzas Armadas. Al declararse la guerra, se unió al Servicio Territorial Auxiliar y se dejó fotografiar ataviada con un peto militar absorta en la reparación del motor de un camión, un trabajo tradicionalmente masculino. Pero la guerra había borrado los estrictos roles de género. El corte un tanto hombruno del traje sastre que lleva Helen es el mismo de la argentina Evita Perón, cuyos trajes a medida eran el atuendo de una mujer que ya no se resignaba a asumir un papel ornamental y estaba dispuesta a mirar a los hombres cara a cara.

Los recién casados sabían que los tiempos habían cambiado drásticamente y no sentían nostalgia alguna por lo que el vendaval de la guerra se había llevado consigo.  Al contrario, abrazaron con gran entusiasmo ese ambiente menos formal, más democrático e igualitario, dispuestos a ocupar su lugar en la nueva sociedad y a trabajar duro para reconstruir el país.

 

Las fotografías de Patrick nos presentan una vívida galería de personajes alrededor de la brillante pareja. En su mayoría eran hombres y mujeres jóvenes, todos de clase alta, con la sonrisa dibujada en el rostro en todo momento, listos para disfrutar del día especial. Visten de manera elegante, pero no lujosa. Los hombres lucen apuestos trajes con una flor en el ojal y van todos con la cabeza descubierta, dejando ver el cabello liso, peinado con una raya impecable, mientras las damas llevan vestidos de verano y cortes modernos bajo sus sencillos sombreros. El tono general de elegancia sin esfuerzo y sin estridencias encaja perfectamente con la austeridad de los tiempos.

Las imágenes captaron bien ese estado de ánimo. Todo el mundo era delgado, como si mostraran signos de las privaciones sufridas tanto por ricos como por pobres durante la guerra, cuando la comida estaba estrictamente racionada. Pero todos destilaban garbo, confianza y alegría de vivir. Los padres de Denis también se muestran contentos y relajados. Patrick capturó al reverendo Adam Forman encendiendo su pipa mientras su esposa le sonreía amablemente. En la foto, tomada en el interior de la casa, se les ve totalmente ajenos a la cámara, desprevenidos. Un momento tranquilo y privado se ha convertido en uno decisivo al ser congelado de esa manera. Al fondo, borrosa, podemos ver la figura de una mujer que podría ser parte del servicio doméstico. Tanto el reverendo Adam como su esposa aparecen perfectamente felices, una pareja que había sobrevivido a los horrores de la guerra sin perder a ninguno de sus hijos. No es de extrañar que tuvieran ese aspecto complacido.

Después de la ceremonia en el registro civil, volvieron a la casa familiar, Dumcrieff House, para disfrutar de una comida nupcial que también parece frugal y relajada. Vemos a un grupo de personas mayores sentadas a la mesa, departiendo jovialmente. La cámara de Patrick lo capturó todo con su  habitual sigilo. Algunos de los invitados no parecen haberse dado cuenta de su presencia y continuaron con su charla, mientras que otros, alertados, tratan de adoptar una pose más formal, como la señora que sostiene una taza de café y nos mira sonriendo desde ese pasado lejano.

El café debía de ser un pequeño lujo en aquellos días, algo para saborear y disfrutar, y el azúcar era ciertamente difícil de conseguir. No hay pastel de bodas en las imágenes, tal vez debido a la aversión de Patrick por los posados formales, pero también es probable que Helen y Denis hubieran renunciado a esa tradición. Es bien sabido que, debido al racionamiento, muchas parejas recurrieron a presentar la clásica tarta hecha de cartulina y yeso, dentro de la cual escondían un dulce más pequeño y ordinario. Pero ese paripé difícilmente habría sido la elección de Denis y Helen.

Las clases altas de Gran Bretaña tuvieron que adaptarse a esos nuevos tiempos más demóticos. El esfuerzo de reconstrucción nacional impuso  sacrificios a todos. En las primeras elecciones después de la guerra, en 1945, los británicos votaron por un gobierno laborista, rechazando sorprendentemente a Winston Churchill, el héroe de guerra. En los tres años que llevaban en el poder, el nuevo gabinete había creado un servicio nacional de salud universal y gratuito para ofrecer atención a todos los ciudadanos; también había aprobado la Ley de Seguridad Social en 1946 para proporcionar prestaciones por enfermedad y desempleo a todos los adultos, así como pensiones de jubilación para los ancianos. Se puso en marcha un programa masivo de limpieza de los barrios marginales, derribando las viejas y sombrías viviendas, que fueron sustituidas por modernas casas municipales.

Aunque la era del Imperio había terminado y las ciudades estaban en ruinas,  las cosas estaban mejorando a pasos agigantados. Las nuevas instituciones financiadas con fondos públicos requerían gerentes y administradores, y Helen y Denis estaban listos para asumir esos roles. La mayoría de los jóvenes en las imágenes habrían sido desmovilizados recientemente y, aunque aparecen en actitud distendida, sabían la tarea gigantesca que tenían por delante, conscientes de que tendrían que adaptarse, trabajar duro y contribuir a forjar un mundo nuevo. Pronto serían llamados a Londres, Edimburgo, las provincias y lo que quedaba del antiguo Imperio para hacerse cargo de las cosas. Mientras tanto, como Churchill, las generaciones mayores tuvieron que aceptar que su tiempo había pasado y que debían dar un paso atrás y dejar que los jóvenes organizaran las cosas a su manera.

La celebración continuó a la mañana siguiente. Tras el desayuno, el grupo salió a caminar por las colinas alrededor de la casa. Moviéndose a la vez con libertad y discreción, la cámara de Patrick siguió buscando esos momentos decisivos que capturaran en una sola imagen la esencia del evento, es decir, la esencia de la vida. Hay una cualidad cinematográfica en su reportaje. Sus fotos aspiran a captar el movimiento en sí. Nadie está quieto, y esa movilidad refleja la evolución y el cambio que son el espíritu de los tiempos

La novia se había puesto ese traje sastre que, combinado con su sombrero de paja, le daba un aspecto a la vez informal y profesional. Las fotos que Patrick tomó esa mañana de relajación en los páramos son quizás su obra maestra. En ellas su mirada precisa atrapa perfectamente la informalidad de la ocasión. Vemos como el grupo comparte una botella de champán, pasándola de mano en mano y bebiendo directamente de ella de una manera muy poco distinguida, y muy poco apropiada para una dama. Helen sonríe a la cámara, consciente de su acto subversivo, feliz por verse libre del corsé de los viejos tiempos, lejos de las miradas indiscretas de los sirvientes, libre también de una trasnochada urbanidad que ella está decidida a transformar. Incluso lograron hacer que el viejo Adam Forman alzara el codo, el viejo reverendo de la Iglesia Unitaria.

Hay algo de antiguo ritual pagano, una ceremonia solo para los iniciados, el núcleo duro de un nuevo culto, como si Helen y Denis hubieran llevado a todos a una fiesta báquica, haciéndolos celebrar su matrimonio a su manera, un tanto desenfrenada, y jovialmente intoxicados de vida. Allí arriba, en las altas colinas, todos se muestran desinhibidos. Su goce es contagioso y nos llega muchos años después, como una potente carga simbólica, una representación de ese momento brillante de iluminación, una epifanía, una revelación, el momento decisivo. Patrick seguramente estuvo orgulloso de esas imágenes en las que supo encuadrar con ojo certero las expresiones que le ofrecían sus sujetos, y con perfecta intuición hizo clic con su cámara en el momento preciso, produciendo un espléndido tableau vivant.

Helen había prendido una ramita de brezo al broche que llevaba en la solapa. Quizás una ofrenda de Denis, pues las flores de brezo simbolizan la buena suerte, así como la independencia y la confianza en uno mismo. Crecen en lugares que son bastante difíciles para cualquier otra flor. De acuerdo con la tradición popular, se le entrega un ramo de brezo a alguien para expresarle la fe en su capacidad para manejar cualquier situación difícil que puedan encontrar en la vida. Tener brezo en casa o llevar un ramo es una manera de atraer la buena fortuna.

Y ciertamente el aire estaba lleno de buenas vibraciones ese día. Se siente como si una ventana se hubiera abierto de par en par, dejando entrar aire fresco en una habitación mal ventilada, trayendo el aroma de los páramos salvajes y ofreciendo a todos los participantes licencia para soñar. Hay felicidad y euforia en esa escena.  El triunfo del aire libre frente al mundo cerrado de la casa georgiana.

La pareja recién casada miraba hacia adelante, con optimismo y alegría. Su generación había pagado un alto precio en la guerra pero habían resultado triunfantes. No solo habían derrotado a los alemanes, sino a todo aquel viejo orden. Sabían que el futuro era de ellos y tenía prisa por salir a aprovechar las nuevas oportunidades. Entendían el profundo alcance de esa victoria y estaban listos para volar con ese espíritu de los tiempos, dejando atrás el pasado. Parecían muy enamorados, saboreando su propia liberación y las emocionantes posibilidades que se abrían ante ellos.

Habían dejado atrás no solo cinco largos e inciertos años de guerra, sino miles de años de restricciones sociales. Tenían el aspecto de un Prometeo recién desatado. Las formas liberadas de Denis y Helen prefiguran todo lo que estaba por venir: la nueva música y las nuevas formas de arte, los cambios culturales, las filosofías de Oriente, la liberación de la mujer y las revoluciones sexuales. Para ellos, el futuro era ahora.

 

Dumcrieff House es un personaje más en esta historia y el contrapunto perfecto al movimiento de esa vida humana que Patrick inmortalizó. En contraste con su fugacidad, la casa está quieta y fija. Es una verdadera “propiedad inmobiliaria”, literalmente aquello que no se puede mover ni transportar, lo que en inglés se llama “real estate”, un interesante concepto también, por la implicación de que todo lo demás es irreal.

Y bien podríamos decir que ese es el caso, porque Dumcrieff todavía está en el mismo lugar, sigue siendo real, pero sus antiguos ocupantes hace tiempo que dejaron de existir. Nuevos propietarios la habitan tal como antes lo hicieron otros. Los edificios suelen permanecen en su sitio mucho después de que sus habitantes se hayan ido. La casa sigue allí y bien puede estarlo durante cientos de años más, pero ya ha pasado mucho tiempo desde que el último Forman deambulara por sus habitaciones.

¿Quién, solo en una habitación de su casa, no se ha preguntado alguna vez por las personas que antes la habitaron, cómo vivían el espacio que ahora es nuestro y qué distribución de muebles tenían, y si fueron felices o miserables? Todos vivimos rodeados de fantasmas.

Efectivamente, a diferencia de la familia Forman, que se encontraba en un estado de perpetuo movimiento, la casa permanecía inamovible e inmóvil, como un escenario en el que los diferentes actores van y vienen, esforzándose por interpretar sus papeles lo mejor que pueden. El reverendo Adam Forman la había comprado después de la Primera Guerra Mundial y viviría en ella durante cincuenta y tres años, hasta su muerte a la edad de 103 años. Antes de él, había sido ocupada por los herederos de Lord Rollo y Elizabeth Rogerson,  nieta de un tal Dr. John Rogerson, que había construido la casa actual en 1806 según la moda arquitectónica de la época, ese neoclasicismo inspirado en Palladio que eventualmente se conocería como estilo georgiano. El edificio original estaba medio en ruinas cuando se lo compró a su amigo el Dr. James Currie, el biógrafo de Robert Burns, el poeta nacional escocés. El Dr. Rogerson se retiró a su Escocia natal después de pasar la mayor parte de su vida en San Petersburgo, donde había sido médico privado de Catalina la Grande, la emperatriz rusa. Le llevó casi veinte años construir la casa y, cuando por fin la ocupó, solo le quedaban tres años de vida.

Su anterior dueño, el Dr. Currie, la había comprado tras la muerte de un tal Coronel William Johnstone, quien a su vez la había alquilado durante muchos años a John Loudon MacAdam, famoso por haber inventado el asfalto en 1792. Se dice que el gran rodillo de piedra que utilizó para probar su invento todavía está en algún lugar de la propiedad, un testimonio mudo de cómo las personas y los eventos siempre dejan un rastro detrás de ellos.

Los jardines y el paisajismo habían sido plantados y diseñados por Sir John Clerk y su hijo en 1727. La casa original databa de 1684. Según todos los relatos, había sido una fortaleza lúgubre al estilo de las construcciones escocesas de la Edad del Hierro, los llamados “broch”. Eran tiempos de clanes belicosos y de castillos con finalidad defensiva, una necesidad y no un capricho o una moda. En 1482, el duque de Albany, hijo de Jacobo II de Escocia, le había concedido la posesión de la tierra a la familia Murray, y desde entonces se habían visto envueltos en una disputa con la familia Glendinng de la cercana localidad de Westerkirk.

Aquellas colinas donde Denis y Helen bebieron champagne de forma tan irreverente el día de su boda habían vivido muchas batallas antes. Muchos guerreros y poderosos terratenientes se habían convertido en fantasmas. Patrick tomó fotografías de las habitaciones vacías de Dumcrieff House con su objetividad habitual, sin mostrar emoción alguna en la presentación desapasionada de aquel caserón en el que se había criado. Sus imágenes recuerdan los interiores del artista danés Vilhelm Hammershøi, famoso por sus pinturas de habitaciones desprovistas de humanidad, espacios que provocan la pregunta de cómo se ven los lugares y los objetos cuando nosotros no estamos.

También pintó personas absortas en su cotidianeidad sin saber que están siendo observadas, igual que Patrick sorprendió a su madre, Flora Forman, de soltera Smith, arreglando las flores en un jarrón. Es una imagen extraña y algo inquietante. Al mirar, nos damos cuenta de que la habitación tiene una solidez de la que ella carece. Su indiferencia hacia la cámara de su hijo parece reflejar la de la habitación misma hacia ella.

 

 

Dumcrieff se encuentra en Craigielands, no lejos de Moffat, en el condado escocés de Dumfries y Galloway, que limita al sur con Cumbria, ya en Inglaterra. Como todas las regiones fronterizas, la zona solía ser un lugar sin ley. Durante muchos años, el robo de ganado fue una forma de vida para los clanes que controlaban esas tierras. Cerca hay un lugar llamado Devil’s Tub que lleva el nombre del lugar donde el clan Johnstone solía esconder sus reses robadas. Este pasado sin ley continuaría hasta bien entrado el siglo XVII, cuando la rivalidad entre los Glendinning y los Murray estuvo en pleno apogeo.

Paro cuando John Rogerstone regresó de San Petersburgo y construyó su retiro de estilo georgiano, las cosas se habían suavizado considerablemente. El doctor Rogerstone había pasado la mayor parte de su vida en Rusia, asegurándose de que los amantes de Catalina la Grande estuvieran libres de enfermedades venéreas. La salud cobraba cada vez más importancia en un mundo más o menos pacificado, y pronto sería una fuente de fortuna para Moffat, cuyas aguas medicinales atraerían a muchos visitantes en busca de una cura para sus dolencias. A mediados del siglo XIX, se convirtió en un popular y respetable balneario victoriano. El secreto de sus aguas termales era su cualidad sulfúrica. La sociedad elegante acudía para beber y bañarse en ellas, con la esperanza de que aliviarían su reumatismo o su gota.

El azufre es, por supuesto, el olor del diablo y hay algo singularmente victoriano en esa mezcla de lo sagrado y lo macabro, una tensión entre la moderación y lo extremo. Moffat Spa tenía ese elemento de romanticismo domesticado, de naturaleza puesta al servicio de quienes disponen de ocio y dinero, los orígenes del turismo moderno. Esa mezcla de lo pagano y lo divino es en gran medida la esencia de Craigielands y de Escocia en general, con su vasta naturaleza salvaje y su herencia presbiteriana.

Como en sus fotografías de la casa, Patrick presenta el paisaje que la rodea en toda su indiferencia ante cualquier esfuerzo humano, desprovisto de personas. Vemos su automóvil estacionado en una carretera vacía en algún lugar de los páramos, un extraño artefacto urbano perdido en un lugar desolado de nubes y praderas.

También fotografió el río Moffatt, que atraviesa la finca, perfecto para la pesca de truchas, bañarse en los días de verano y patinar sobre hielo en el crudo invierno. El agua corre ruidosamente bajo las ramas entrelazadas de los árboles. Patrick lo ha atrapado en toda su belleza salvaje. Casi podemos escuchar el gorgoteo de la corriente cristalina y el soplo del viento susurrando a través de las hojas. El olor a turba y brezo brota de esas imágenes y uno puede imaginar a los ciervos acercándose a beber y a pastar en la hierba de la ribera.

El parque que sir John Clerk y su hijo George habían plantado todavía está allí, un reflejo del sueño de la ilustración escocesa del siglo XVIII: la naturaleza perfeccionada, civilizada por el intelecto del hombre. Vemos la casa desde arriba, una vista aérea desde una de las colinas circundantes. Sus elegantes proporciones se ven eclipsadas por las coníferas a su alrededor, lo que genera un cierto desasosiego, pues la naturaleza acecha casi amenazadora, como si aguardara la hora en la que le tocara invadirla y recuperar el espacio que fue suyo.

Adam, el patriarca Forman, era un hombre de religión y de ciencia, como lo fueron sus contemporáneos.  Había aprendido de Isaac Bailey Balfour, un eminente botánico escocés, las propiedades antisépticas del musgo llamado “sphagnum”, un material excelente para curar heridas. Durante la Gran Guerra, cuando escaseaban las vendas de algodón, el reverendo Forman organizó eficazmente escuadrones locales de voluntarios para recoger ese material que crecía en abundancia en los pantanos inaccesibles que le pertenecían. Recogieron toneladas y las transportaron a la estación de ferrocarril en unos carritos especiales que él mismo había ideado. Hay varios documentos en los jardines botánicos de Edimburgo sobre la historia de este gran empeño, el mejor momento del reverendo.

Mary Duncan, una pintora que, como tantas otras mujeres artistas, parece haber sido olvidada hoy por el mundo del arte, hizo unas espléndidas pinturas al óleo que representan el proceso. No pude encontrar ni una entrada sobre ella en Wikipedia, solo algunas noticias en la página de una casa de subastas de Londres anunciando la venta de unos cuadros suyos que habían colgado antes en las paredes de Dumcrieff.

Ese paisaje implacable que a primera vista puede parecer adecuado solo como el sombrío escenario de un romance de Walter Scott, o el telón de fondo para unas vacaciones para quienes buscan la sublime desolación de los páramos, jugó un papel crucial en la lejana y devastadora Gran Guerra.

Quartet of pastels depicting forgotten moment of war effort offered at British Art Fair | Antiques Trade Gazette

 

Quartet of pastels depicting forgotten moment of war effort offered at British Art Fair | Antiques Trade Gazette

Quartet of pastels depicting forgotten moment of war effort offered at British Art Fair | Antiques Trade Gazette

Después de ese hermoso fin de semana, llegó el momento de la despedida. Había sido una boda un tanto inusual pero absolutamente encantadora. Todos habían disfrutado mucho de aquel evento, pero estaban también deseosos de reincorporarse al mundo real. En las imágenes de Patrick, vemos un barullo de autos y personas que se demoraban antes de cerrar de golpe las portezuelas. Se lanzaban besos y agitaban las manos, la alegre confusión y el alboroto habituales de esos momentos fueron debidamente inmortalizados en una serie de fotografías que documentan la partida de los invitados.  Podemos imaginar el intercambio de comentarios, los buenos deseos, las promesas de regresar pronto, escribir cartas y enviar postales o hacer llamadas telefónicas para mantenerse en contacto. Se acordaban reuniones para visitarse o ir al teatro o a tomar un cóctel juntos en algún vago momento futuro.

Los taxis transportaron a los invitados a la estación, donde les esperaban los trenes que los llevarían a Londres o a Edimburgo. Se volvieron a dar rápidos y nerviosos adioses, repitiendo la ceremonia de confusión. Podemos ver como se tranquiliza a las suegras se despide a las tías desde el andén o desde las ventanillas del tren ya casi en movimiento. Hay un glamur antiguo en todo ello. Las estaciones victorianas inglesas son, más que un lugar, un topos literario. Tienen su propia iconografía y sus propias referencias y asociaciones con momentos dramáticos en el cine. Me viene a la mente la película “Breve encuentro” de David Lean. Los que se iban y los que se quedaban parecen participar en un ritual bien ensayado que Patrick capturó con su habitual discreción.

Una vez a bordo, los pasajeros habrían viajado a Dumfries y cruzado a Inglaterra en Carlyle, desde donde el tren se dirigiría hacia el sur rumbo a Liverpool, pasando por el paisaje agreste de Cumbria y cruzando las ciudades industriales de Lancashire, y luego hasta Crewe. , Birmingham y, finalmente, muy lejos, Londres en el sureste, un mundo aparte de esa época victoriana anticuada que habían dejado atrás en Dumcrieff, una casa impermeable a los cambios de la época, un mundo autónomo de sirvientes y riqueza construida sobre la venta de las hilaturas de Lancaster al mercado cautivo del Imperio.

Para entonces, todo eso estaba condenado a desaparecer. La nueva Gran Bretaña a la que viajaban era postindustrial, una economía de servicios y una sociedad de consumo al estilo estadounidense. Veinte años después, en 1968, la mejor exportación del país sería la música de los Beatles y los Rolling Stones. El viejo poder duro de las cañoneras y el trabajo esclavo habría sido sustituido por la capacidad de seducir, en lugar de coaccionar.

No es una coincidencia que las profesiones que esperaban a Denis y Helen en la capital estuvieran relacionadas con las artes. Ambos trabajaban ya en el British Film Institute, el Instituto Británico de filmografía, donde probablemente se habían conocido. Denis, que con el tiempo sería nombrado Caballero del imperio y se convertiría en Sir Denis, fue su director y, más adelante, vicepresidente de la Royal Opera House. Pero el puesto que le daría mayor fama fue el de presidente de la Granada Television en sus días de gloria. Bajo su dirección se encargó la famosa telenovela Coronation Street, en la que se representa y se celebra la vida de la clase trabajadora del norte de Inglaterra.

Helen se había graduado en Oxford, lo que ya la destaca como una pionera, pues la venerable universidad no permitió la matrícula de mujeres hasta 1920, apenas veinte años antes. Tanto Helen como Denis dejaron Moffat huyendo de un estilo de vida decadente y algo tronado. Sentían afecto por el lugar, pero no sentían nostalgia ni lealtad hacia ese antiguo régimen en ruinas.

Ellos eran el futuro, los ganadores dispuestos a hacerse con todo. Una vez instalados en su compartimento en el tren, no mirarían atrás ni con ira ni con nostalgia, dispuestos a unirse a la nueva Gran Bretaña que emergía de la antigua. Ellos serían los arquitectos de ese nuevo poder blando, contribuyendo a la expansión de unos nuevos valores británicos por todo el mundo mediante tecnologías modernas: los poderosos medios de comunicación. En eso, como en muchas otras cosas, fueron pioneros de la actualidad, en la que la información, el entretenimiento y las comunicaciones -cosas intangibles- han tomado el trono que perteneció a la manufactura de objetos reales.

 

Excepto algunos detalles como los trabajos que hicieron más adelante, la información sobre Denis y Helen proporcionada hasta ahora ha sido un ejercicio de imaginación basado en las fotos que Patrick Forman tomó el día de su boda. Los textos anteriores han sido una écfrasis, la descripción detallada, en palabras, de una obra de arte visual. La presencia muda de Patrick Forman registró lo que atrajo su mirada, buscando pasar lo más desapercibido posible y dejando que sus “modelos” se movieran con relativa despreocupación.

Pero ese es solo un enfoque posible. Otros son igualmente válidos. La historia familiar y la genealogía son dos formas populares hoy en día de reconstruir y hacer frente al pasado. Se trata de una búsqueda de la “verdad” a partir de la información almacenada en archivos y registros civiles, escaneando y evaluando cualquier documento oficial que acredite la existencia de alguien o algo en algún momento pasado: historiales médicos, antecedentes penales y cosas similares.

Luego están las memorias o las biografías, si el investigador tiene suerte. Las narraciones de las experiencias personales tal como son contadas por un individuo o recopiladas y relatadas por otra persona. Sin embargo, el objetivo de este sitio web, Quincejellytin, no es hacer historia familiar, sino ofrecer una recreación imaginaria de la vida de alguien o de algún evento pasado específico a partir de los fragmentos que todos dejamos detrás, así como los recuerdos de las personas que tuvieron experiencia de primera o segunda mano de dichas personas o tales eventos. El interés radica en las historias que hay tras la “Historia”, esa disciplina que puede ser algo sospechosa, ya que todos los archivos, sin importar el esmero con el que se cuiden, pueden ser engañosos o estar sujetos a manipulación por parte del historiador, así como a las malas interpretaciones que haga la persona que reciba luego esa información.

No obstante, Denis y Helen eran personas reales con vidas reales, no personajes de ficción en una novela. Por eso sentí curiosidad por saber qué rastro habían dejado en línea en este tiempo nuestro cuando aparentemente todo lo que hacemos deja una huella digital imborrable en alguna parte. Efectivamente, encontré bastante información sobre ellos con un simple clic y, como bien había ya adivinado a partir de la lectura de las fotografías de Patrick, descubrí que ambos se habían incorporado al mundo de los medios de comunicación y la cultura, dos industrias que gradualmente adquirieron un papel fundamental en la economía británica.

Denis fue durante algunos años el director de Granada Television, allá en sus albores, cuando la empresa con sede en Manchester encargó Coronation Street entre otros populares programas. Al ocupar un puesto tan importante en la industria cultural, la trayectoria de Denis en Internet es bastante extensa pero tal vez lo más interesante fue descubrir que había escrito varios libros, entre ellos unas memorias de su infancia y primera juventud en los años de entreguerras en Craigielands.

“Son of Adam”, publicado en 1990, confirma todo lo que yo había adivinado ya a partir de las fotos de su boda, principalmente ese conflicto suyo entre lo viejo y lo nuevo, encapsulado en su amor por el jazz y las nuevas costumbres americanas, así como un rechazo paralelo a los valores de su padre, sobre todo su protestantismo mojigato y su complacencia con un mundo que ya estaba en decadencia. Su libro incluso se convirtió en una película llamada “Mi vida hasta ahora” en 1999, protagonizada por Colin Firth, aunque parece que el guion sufrió alteraciones considerables con respecto al libro original.

En cuanto a Helen, ella ya era productora de documentales cuando se casó con Denis. Fue empleada por el entonces Instituto Imperial y anteriormente había trabajado para el Ministerio de Información durante la guerra. Más tarde se uniría al BFI, del cual Denis también fue presidente, y donde posiblemente se habían conocido. Se había unido a Films Division al comienzo de la guerra, una institución que reemplazó a la Oficina Central de Correos como productora encargada de realizar documentales sobre la actualidad y la vida cotidiana británica. Así pues, en 1948 ya era una mujer completamente moderna e independiente, como se desprendía también de las fotos de Patrick Forman.

 

“Son of Adam” resultó muy informativo, igual que lo fueron varias entrevistas y otros documentos sobre Denis encontrados en Internet después de una rápida búsqueda. Había nacido en 1917 y tuvo dos hermanas mayores, Sheila y Kaff, y un hermano mayor, Sholto, así como dos menores, Michael y Patrick, nuestro fotógrafo y el marido de mi amiga Sarah. Denis parece que fue un niño un poco gamberro: brillante, inquisitivo y de carácter fuerte. Era impaciente con los tontos y no tragaba fácilmente las necedades de los mayores. Pronto descubrió que ser travieso era más divertido que ser bueno. Le gustaba ser el centro de atención y prefería pasar el rato en la cocina con los sirvientes que escuchando las tonterías religiosas que sus padres intercambiaban en el comedor de arriba. Denis aprendió sobre el gusto popular en aquella cocina y mezclándose con los trabajadores de la granja en Craigielands.

En entrevistas que le hicieron muchos años después, todavía mostraba la seguridad en sí mismo y el autocontrol que apreciamos en las fotos de su hermano Patrick. Denis fue un niño rebelde que desarrolló un antagonismo un tanto condescendiente hacia su padre, cuyos trasnochados puntos de vista y sus fallidas tentativas como ingeniero aficionado le hacían sentir vergüenza ajena. Denis resulta quizás excesivamente pagado de sí mismo y lleno de contradicciones. Seguramente era buena compañía cuando tenía un buen día, pero mejor evitarlo cuando se le cruzaban los cables. Poseía un gran sentido del humor así como un gran corazón, pero también una propensión a ataques de mal genio.

Helen murió en 1987, dejando detrás los dos hijos que tuvo con Denis: Charlie y Adam. Denis se volvió a casar en 1990 y murió de un infarto en un hogar de ancianos en Londres, a los 95 años.

La casa de Dumcrief todavía está en pie hoy en ese valle escondido cerca de Moffat. A la muerte del padre de Denis a la edad de 103 años, la finca se vendió en subasta a principios de los setenta y luego se volvió a vender unos años más tarde. En 2008 la adquirieron sus propietarios actuales, una familia local que afirma tener conexiones ancestrales con la finca que se remontan al siglo XV. Sin embargo, no viven allí. En realidad, nadie puede permitirse ya vivir en un lugar así. Se ofrece en alquiler a personas con dinero y que gustan vivir por unos días en un ambiente aristocrático como el que se ve en numerosos dramas de época. Así es como se anuncia:

Mansión señorial de uso exclusivo cerca de Moffat, en el sur de Escocia. Con capacidad para hasta dieciocho invitados en nueve lujosas habitaciones. La mansión está disponible en régimen de autoservicio o con personal completo.

 Experimente el raro privilegio de pasar un fin de semana, una breve escapada o unas vacaciones en su propia mansión georgiana ubicada en terrenos privados dentro de la histórica finca de Dumcrieff.

La mansión se puede alquilar por dos noches o más y es el lugar ideal para celebrar su ocasión especial, incluidos cumpleaños, aniversarios, reuniones familiares o simplemente para disfrutar de una escapada relajante con familiares y amigos.

Se pueden organizar pequeñas bodas íntimas o eventos con entoldado exterior.

Todo eso recuerda lo que escribió el filósofo francés Guy Debord en 1967 sobre cómo la vida real ha sido reemplazada por su representación. Ha pasado a ser una serie de “experiencias”, tal como argumentó Debord. Lo que una vez fue una casa habitada por una familia y basada en una economía ligada a la tierra que la rodeaba, así como a la transformación de materias primas en productos manufacturados, ahora se ha convertido ella misma en un producto. La gente paga mucho dinero por hacerse pasar por los señores de una casa solariega, simulando que viven en los días en que fue construida por el doctor de la vieja emperatriz rusa. Como dijo otro filósofo francés: “El simulacro nunca oculta una verdad, sino que se convierte él mismo en una verdad”.

Resulta irónico -ese sentimiento tan genuinamente posmoderno- que la casa se utilice ahora para bodas, esos eventos que han sido “Disneyficados” y convertidos en “experiencias” en lugar de ser un rito sagrado. Qué gran contraste con la sencilla celebración de Denis y Helen en 1948.

Pero quizás lo más sorprendente que encontré en el vasto repositorio internáutico fue descubrir que uno de los dos hijos de Helen y Denis,  Adam Forman, es un artista con un interés similar al mío por la forma en la que el tiempo y la muerte todo lo destruyen y transforman, así como una curiosidad por lo que queda de nosotros después de morir. En su sitio web: http://adamforman.co.uk/press-release-how-do-we-remember/, leí sobre una obra que había presentado en una galería de arte en Londres. Estaba basada en parte en su madre, Helen de Mouilpied, como se llamaba antes de casarse con Denis. Se había exhibido en marzo de 2019, un año antes de que yo comenzara a interrogar ese reportaje gráfico de la boda de Helen y Denis que mi amiga Sarah, la tía de Adam, había heredado de su esposo Patrick.

La obra de Adam Forman era una reflexión sobre la memoria y lo que queda de nosotros una vez desaparecemos. En esa pieza, presentó objetos y recuerdos que habían pertenecido a su madre y trató de averiguar por qué los había conservado, así como lo que habían significado para ella. El objetivo último era investigar la brecha existente entre la idea que tenemos de nosotros mismos y cómo nos ven los demás una vez dejamos de existir y nos convertimos en los recuerdos de otras personas.

Había una segunda parte de la exposición que no estaba relacionada con la vida de Helen, aunque también conectada con la idea del tiempo y cómo las fotografías documentan lo transitorio. Durante un año, había tomado la misma fotografía en diferentes momentos del día en un mismo lugar de Londres. Luego, había transformado esas imágenes en pinturas y dibujos. “El paso del tiempo”, decía la propaganda de la exposición, “y la observación de escenas callejeras cotidianas, así como la vigilancia electrónica en el espacio público han sido temas recurrentes en la obra de Adam Forman. El hecho de estar siendo vigilado, de mirar y observar está siempre presente en estas imágenes, al igual que el acto de la fotografía clandestina”.

Me pareció fascinante ese juego de miradas a través del tiempo: Patrick retratando a Denis y Helen en aquel remoto día de su boda en 1948. Denis mirando hacia atrás en sus memorias, “Son of Adam”, describiendo a los habitantes de aquella casa en un momento particular, su propia infancia. Luego, el director de la película “My Life so Far” observando todos esos recuerdos, alterándolos a fin de que resultaran cinematográficamente más interesantes y dramáticos a los ojos de los espectadores. Luego yo, interpretando las fotografías de Patrick, cuestionándolas, y finalmente este último miembro de la familia Forman, Adam, haciendo lo mismo con los objetos y recuerdos de su madre, reflexionando sobre lo que significa todo ese mirar.

Todos estamos enredados en una red de relaciones a través del tiempo y el espacio, una red de miradas. El objetivo de este texto y de este sitio en general, al igual que el de la obra de arte de Adam Forman, ha sido un intento de observar y describir esa constelación de puntos de vista. Nuestras vidas se extienden más allá de nuestro tiempo y nuestras mentes individuales. Todos somos, en última instancia, parte de un mismo tapiz que se extiende en el tiempo y el espacio.

No hay un antes y un después o, si lo hay, todo depende de quién o qué decidimos situar primero, de qué vamos a utilizar como punto de partida. En última instancia, todos somos una serie de eventos y objetos interconectados: las fotografías, la casa, el lugar, el idioma inglés, los libros escritos y las vidas vividas.